miércoles, 9 de diciembre de 2015

23

Esta entrada se la dedico a mi yo del futuro, para que vea toda la luz que puede reflejar una mirada con un pasado tan oscuro.




Recuerdo haberme sentado en la esquina de tu cama (desgraciadamente tan transitada) a ver esas series que en realidad nunca veía, porque me gustaban más las promesas que susurraba el aire al entrar en tus pulmones, porque prefería la banda sonora que oía apoyado en tu pecho, con esos redobles tan excitantes propios de tu corazón.

Recuerdo esos cafés con Baylis que me abrasaban las mañanas cuando tu hacías un descanso con tus labios; esas tardes de manos frías que encajaban en tu cuerpo como si fueran un traje a medida, y recuerdo la bandera y las estrellas que sólo brillaban de noche...

Recuerdo tantas cosas...

Recuerdo esas cenas por encargo que siempre iban sin postre (ya nos teníamos), y tu manía de desvestirme por los pies; recuerdo la memoria de tu cuello, que aún hoy se ruboriza si lo acaricio con mis labios.

Mis labios...

Cuanto han sufrido mis labios, más que un paria en un desierto sin agua, más que un náufrago en una tormenta de sal... Y aún así te lloraban.

Mis labios, mi cuello, mi espalda, mis manos, mi pecho, mis piernas... Se ponen de acuerdo cuando te pienso, se ponían de acuerdo, temblaban, se encogían, se dejaban invadir por los escalofríos que producía tu cuerpo en mis pensamientos...

Y te fuiste.

No, te echaste.

Elegiste mal, o bueno, elegiste, mal para mí, mal para nosotros... Escogiste no tenerme al cien por cien, si no al cuatro coma tres porciento, escogiste clavarme una espada en el pecho, y creeme, la que tenías en la cabecera de tu cama me habría hecho menos daño; hiciste que viera nuestra bandera como un velo que debía quemar, rasgar, morder, destrozar... para no ser el único.

Recuerdo el día que nos lloré, el día que te lloré, el día que me lloré, el día que te reíste de mí y de mis lágrimas, el día que deseaba que tus almohadas me robasen todo el aire que respiraba, el día que decidiste que no eras tú, que era yo.

Recuerdo haberme sentado en la esquina de tu cama, pero me fuí, me echaste, y cambiaste las sábanas... Y yo di el portazo, y eché la llave por fuera.

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