veamos. no sé ni por dónde empezar.
Hoy no escribo para descargar mis frustraciones, ni mi carga, ni mis miedos. Escribo simple y llanamente sobre cómo me siento. Esta vez, ni si quiera buscaré que me leáis, ni dejar constancia en ningún sitio de lo roto que me siento ahora.
¿Alguna vez habéis sentido lo que se siente cuando falláis a alguien? ¿Esa culpa? ¿Ese dolor? ¿Esa impotencia por no poder saciar las ganas que se tienen de volver atrás y arreglarlo todo? Pues yo ahora mismo siento que he fallado, pero no siento lo que debe sentirse al fallar a alguien, sino que siento que le he fallado a una nación entera; a un planeta entero.
Nunca se me ha dado bien la gente. Nunca he sido bueno en las artes del Quid pro quo ni en las de ponerme en el lugar del otro. Pero esta vez juro que lo intentaba dar todo de mí.
No espero ni mucho menos despertar lástima o pena en nadie, pero prometo que esta vez iba en serio. Va en serio. Pero no se me da bien.
Me siento como un arma: Forjada a golpes para matar a golpes. No veo otra explicación. Cada cosa que hago es juzgada, aunque la sentencia lleva escrita ya mil años. Cada acción que llevo a cabo se vuelve en mi contra. Cada caricia inocente se convierte en hachazo. Y no puedo hacer nada.
Hoy me siento impotente. Siento que por mucho que quiera, no puedo ni podré hacer nada. Que todos los destinos están escritos y a mí me tocó uno de los que nadie quería. Porque ni yo lo quiero.
Me siento partido y roto, descosido, como esperando a que alguien decida que soy algo que no merece la pena arreglar, y no pudiendo decir que sí, que tengo remedio, porque ni si quiera me cosieron una boca.
Hoy me siento destrozado por no poder ser lo que me gustaría, por no saber demostrar lo que de verdad pienso, por no saber hacer sentir lo que en realidad me abrasa por dentro.
Hace poco me han dicho que era fuego, y hasta hace poco me lo creía. Pero no es cierto. Como mucho soy un trozo de ceniza candente que necesita madera, pero nada más. El fuego se apagó hace mucho, y no quiero que se vuelva a encender, porque cuando "era" fuego, abrasaba, brillaba, sentía que nada más me hacía falta. Y no quiero volver a ser eso. No sin ti..
Me haces falta. Te necesito. Te amo. No por quién eres, ni por cómo eres -que eso ya se da por supuesto- sino por lo que me haces ser. Por construirme día a día y por creer en las causas perdidas. Por no salir corriendo tras el primer beso y quedarte a ver el final de la obra. Te amo. Y me consume la impotencia de no saber demostrarlo, de echar cada dos por tres un cubo de agua encima de la brasa que antes era fuego. Lo siento. Lo siento. Lo siento.
No sé ni si quiera si leerás esto. No quiero ni pensarlo. Suficiente con haber reprimido las ganas de pelarme los nudillos contra la pantalla y el teclado del ordenador. Pero necesitaba decirlo. En realidad, quizá sí que necesitaba dejar grabado en algún lado esto, por si la brasa se apaga. Quizá sí que espero que me leas, o solo que me entiendas aunque ni si quiera veas esto. Quizá es que ya no me imagino sin ti, o que no quiero ni imaginarlo. Quizá sí espero que me superes, que no elijas otro camino, o que no lo crees.
Quizá espero ser un exagerado como siempre y que esto solo sea un bache.
Quizá, y sólo quizá, espero saber aprender a decir que te quiero sin abrir la boca.
Quizá no tenga remedio.
Pero siempre hay un roto para un descosido
Y a mí no me queda ni un hilo en mis costuras.