viernes, 13 de octubre de 2017

No, nadie, nunca. 13/10/2017

Nadie sabe

el dolor

que se siente.

Nadie se imagina con qué fuerza me aprisionan esas manos invisibles
cada centímetro de la garganta, el estómago, los pulmones y el corazón.

Nadie alcanza a ser capaz de sentir los golpes más fuertes en el cráneo
con un bate de béisbol que no puedes ver. y que no para.

Nadie,

nunca,

se ha dolido tanto como yo me duelo. Como duele mi historia,
como duele mi guerra.

Sin tregua,

y raras veces con cuartel.

Y yo sólo busco la paz. No una paz dulce y blanda, eso no.

Quiero una paz rápida, ácida y cortante, llena de fuego, de balas (de besos),
de caricias de metal y prisiones y cadenas. Y nadie lo entiende.

Nadie me entiende.

No conozco quien comprenda lo que es ser yo,
lo de odiarme tanto como parece que me quiero.

Lo de mirarme y no querer verme, y viceversa.

Esa seguridad en mí mismo que no es más que un puto papel de burbujas,
que después de abrazar un par de cactus, es más inútil que el papiro mojado.

Esa fuerza aparente, que se compone de gestos, apretar mandíbulas y manos
y separar los pies. De nada más.

Mi incapacidad para llorar, no por ser de piedra, sino por miedo a no saber cerrar el grifo,
y el pánico que me da desnudarme en vivo y en directo.

Que por mucho ego que tenga,

no lo tengo.

Es falso.

Es lo único que me queda, y no existe.
Es mi clavo ardiendo, pero sin clavo.
Mi salvaguarda peligrosa,
mi amor propio, que ni es mío,
ni es amor.

Porque es tuyo, y no sé dónde lo guardas.
Ni quiero saberlo,
por si lo encuentro y se me rompe sin querer.

Por si no lo reconozco.

Por si no me reconozco.

Por si acaso lo hago, y no me gusta.

Por si alguna vez llegas a entenderlo

y me lo explicas.