sábado, 29 de diciembre de 2018

29/12/2018 Dura lex, sed lex.


-¿Qué te pasa?

(Cualquiera puede prender fuego al mundo,
tirar la casa por la ventana y salir en pijama,
fumarse un cigarrillo y tirarlo al suelo a medio consumir
aprovechando un charco en una acera mojada.

Cualquiera puede cruzar en rojo y sin mirar,
saltarse todas las señales e ignorar los carteles,
tirar de freno de mano y subir el volumen de la música
para ignorar los gritos del asiento de detrás. 

Cualquiera puede ponerse un traje caro, 
engominarse el pelo,
perfumarse;
y decir al resto que el planeta es suyo.

Cualquiera puede hacerlo, 
cualquiera puede soñarlo.

Y qué.

Puedes darlo todo, sin que se note,
sin que nadie te diga nada, 
sin querer o queriendo,
y sonreir por dentro porque parece que lo estás haciendo bien.

Puedes convencer al resto de que eres invencible, 
de que saldras invicto e impune de cualquier situación,
de cualquier mierda.
Puedes hacerles creer que eres de acero y de piedra,
de espuma de mar, de cielo.

Puedes conseguir que te envidien, te deseen, e incluso que te quieran,
pero el mundo sigue sin arder, y está lleno de sinsentidos.

Nadie perdona.
Nadie olvida.
Nadie.

Te conviertes en tu personaje y nada más.
te absorbes a ti mismo, te anulas, te vuelves ese que los demás ven al cruzar la puerta, 
pero no pueden perdonar que desaparezcas, 
que te rompas,
que te pierdas,
y ni si quiera tienes a mano un fino hilo de oro.

Y das vueltas y vueltas.
Gritas.
Te destrozas las uñas arañando unas paredes demasiado gruesas,
sientes tus huesos explotar en llamas,
la cabeza te da vueltas y palpita más que el corazón.

Lloras por no ver la salida, y por, quizá, no tener fuerzas ni para buscarla.
Lloras porque sólo te queda una vela, y va a ser una noche muy larga.
Lloras porque se te para el reloj y siempre son las cuatro de la mañana,
y ni hay tranvías ni autobuses.
Ni siquiera ves la calle.

Otro cigarrillo.
Calada.
Calada.
Calada.
Calada.
Calada,
y se acabó.

Te tiras de los pelos,
apoyas la espalda contra la pared y te dejas caer, vencido.
Abandonas.

Con lo bonito que estaba el laberinto en verano.
y en invierno.
Y bajo la luz primaveral o la lluvia y la niebla del otoño.

Cuántas veces lo había recorrido acariciando las formas de sus muros,
imaginando peligros y fantasmas al girar en cada esquina.
Cuántas veces me había escondido para escuchar a hurtadillas entre sus sombras.
Cuántas veces había pasado la noche allí, escuchando en la lejanía el barullo de una ciudad que no existe.

Cuántas veces había jugado a ser Dios, o al menos ángel. 

Cuántas veces...

Y desapareció. Ya solo queda ese armatoste gris y despiadado que te hiere las manos con los filos de sus piedras, que se inunda y no te deja dormir sobre ese suelo tan conocido.

No es mi laberinto. No lo encuentro. Ya no está. Este laberinto está muerto. No lo entiendo. Desde cuándo. Ayer jugaba en él y hoy lo considero muerto. Me lo han robado.)

Alza la vista, y su cara refleja una tenue sonrisa. Abre la cajetilla y saca otro cigarrillo.

-Nada -susurra. -Todo va bien. 

Calada.














lunes, 15 de octubre de 2018

15/10/2018 Estoy vivo

El aire huele diferente, es distinto
esta niebla matutina es nueva, y los cuervos, y el café...
qué rápido se termina.

Veo caras que jamás había visto, y las voces que aquí suenan son extrañas y musicales
y las piedras, viejas
pero nuevas,
veo el cielo reflejado bajo los pies, y parece que camino entre las nubes.
 Y me río. Nos reímos.

Y las risas suenan más fuerte, porque no son de aquí, pero aquí nacen
rápidas, temblorosas, como si temieran no ser de verdad
ser falsas, y ser llanto disfrazado.

Y la luz es más blanca y más tenue que antes,
pero brilla,
se refleja,
tiñe de oro la cerveza y el sudor...

La fiebre delirante y las camas, que cambian volubles como si fueran la propia Fortuna
ora estrechas, ora inmensas,
y medio vacías, o medio llenas,
eso depende.

Y aun así, me siento vivo, despierto, como un niño que conoce el mundo por primera vez
pero sin engañarme.
Sin engañarnos.

Que la niebla se convierte en lluvia de las cinco de la tarde,
de domingo,
y ni si quiera va a misa, la hija de puta.
Pero ahí está, mojándome el cigarro cuando espero al tranvía,
o colándose bajo el paraguas con la ayuda del viento.

Pero estoy vivo...

Despierto al son de mi propia sinfonía, de zumo de naranja, frío y tabaco.
me ducho con agua que moja y abrasa hasta las malas ideas,
me acuesto silbando canciones que ni si quiera yo conozco despierto.

Porque vivo, porque me late el pecho tan fuerte que lo siento en mis oídos, en mis manos.
Porque he encontrado nuevos ángeles, o demonios, y, joder, qué bonitos son. Qué falta me hacían. Y cuánto les debo.

Y cuando salgo a la calle el aire me huele a tierra y a hierro,
a fuego,
a piedra gris.

Me huele a después, y a siempre, y a huesos recién forjados.

¡Joder! ¡Que estoy vivo!







domingo, 6 de mayo de 2018

06/05/2018 Es Curioso.


Es curioso cómo el cuerpo sabe siempre lo que le pasa al alma.

Si estás feliz, los colores se vuelven brillantes, y la sangre se convierte en un destello rojo que llena cada vena y cada arteria, más rápido que la luz. Los músculos se tensan como correas, listos para explotar en movimientos convulsos y vertiginosos.

Pero cuando se te parte el alma...

Toda esa sangre parece escurrirse por la fractura, y es como si se escondiera en algún rincón que todavía no conocemos. El corazón se encoge, negando todo tipo de refugio y asilo al torrente, y todo torna en blanco y negro. Las manos tiemblan y, heladas, se vuelven frágiles como la escarcha. La respiración se acelera, al compás de una bomba que impulsa lágrimas grises por donde deberían correr ríos de magma. Los músculos se vuelven locos: unos se contraen hasta convertirse en piedra, otros se relajan, renegando de la misión de sostenernos en pie. La cabeza da vueltas, y late como lo hacía el corazón, y los ojos deciden que no existe nada más allá de donde llegue tu aliento, y se oscurecen.

Eso es miedo, pavor, terror, tristeza, angustia, pánico...

Es curioso cómo el cuerpo sabe siempre lo que le pasa al alma.

lunes, 5 de febrero de 2018

05/02/2018 Minutero

Estoy asustado. Simple y llanamente, estoy asustado.

A punto de entrar en pánico cada cinco minutos;

me basta con pensar, y ya ni si quiera necesito cerrar los ojos.


El mundo se me hace enorme

y plano,

y frío;

y cuanto más corro más rápido gira, aunque yo vaya en dirección contraria.


Y miro el reloj, la aguja horaria, y te juro que el tiempo no pasa, y aún así sé que fue ayer.

 O incluso pudo ser hace unas horas.


Pero las demás agujas se mueven rápido y me ponen nervioso.


Sé que no, y, aún así, aprieto los dientes mientras duermo.

Me muerdo los labios tan fuerte que me despierta el sabor a metal en mi lengua.

Me cuesta abrir los ojos,

y esta vez no es que se me hayan pegado las sábanas.


Me aterroriza la palabra "mañana"

y el verano,

y todo lo que no sea el "hoy" y el "ahora".

El "ya".

El "aquí te pillo, aquí te mato".


Y me preocupa;

me preocupa hasta el punto de volverme insoportable. Incoherente. Repetitivo. Tedioso.

Difícil de aguantar.

Pero intento que no se me note.

Que parezca que solo soy un bruto; un celoso, un pesado.

Pero miro el reloj y parece un cronómetro

y por más veces que lo golpeo, no se rompe.


Te necesito con cada golpe de segundero, y he aprendido a respirar al compás del "tic-tac" más cruel de la  historia.

A olerte el pelo

y a picarte.

A tocarte la nariz y a morderte el cuello.


A memorizar tu cuerpo como un ciego lee Braille, como un loco se aprende las grietas de una pared.

Pero, aún así, lo digo en serio.

Me da miedo.

Que la cuenta atrás me acojona,

y quiero llegar al cielo,

y no al cero.




jueves, 11 de enero de 2018

Pésimo Estudiante 11/01/2018

Llevo toda mi vida estudiando.

Año tras año,

memorizando datos, palabras, esquemas,
aprendiendo por obligación y no por gusto.

vomitando sobre el papel lo que querían leer,
lo que decidiría si era bueno o no.

Si valía o me daban por perdido.

Y llegaste tú y te aprendí también.

Por placer.

Porque merece la pena.

Porque los retos siempre me han gustado, aunque tú me aterras.

Igual soy incapaz de razonarlo, de explicarme,
de no buscarme las vueltas e ir al grano.

Igual soy incapaz de callarme cuando debo, o de hablar, o de entender.

Igual me equivoqué de temario y me aprendí las mil maneras de cagarla
y de llegar tarde siempre a cualquier lado.

De perderme.

Y lo siento,

créeme.

Pero no es culpa mía,
ni tuya.

Fueron otros.

Me asustaban y me robaban los apuntes; los buenos.

Los de verdad.

Y me los tuve que inventar, pero nada sale bien.

Y no quiero aprenderte, memorizarte o razonarte.

Me niego a hacer esquemas de ti, cuando puedo pasarme horas mirándote.

Viéndote cambiar.

Vivir.

Escuchándote hablar (sólo yo parezco entender ese placer)
y ver cómo te brillan los ojos cuando todo cuadra en tu cabeza.

Callarme y escucharte.

Quererte.

Desear que me quieras cada vez más.

Y estoy aprendiendo a coserme las heridas; a arrancarme los cuchillos oxidados
y a apretar los dientes cuando me mojo en alcohol.

Y lo siento.

Por haber aprendido todo esto. Por no querer hacer el examen.

Y te amo.

Y duele.

Pero del dolor también se aprende. Y del silencio. Y de la piel.

Y ojalá pudiera prometerte que sacaré un sobresaliente. O al menos un notable.

Pero solo te puedo jurar que siempre he sido el más pésimo estudiante.

·Y·