Hay momentos en los que es inevitable sentirse mal, situaciones que te destrozan por dentro y licuan las mariposas (pobres) "okupas" de tu estomago. Hay ocasiones en las que el aire no te llena los pulmones a pesar de su mania de entrar y salir de ellos constantemente.
Hay días que la mejor decisión parece ser la de quedarse en la cama con la cara tapada, sin arriesgarte a perder esas sensaciones tan placenteras como inútiles: el calor en los pies, la suavidad de la almohada, el sonido del roce de tu cuerpo contra el colchón...
El miedo a vivir es lo que te hace "cogerle cariño" a las sabanas, claro, son mucho mas comodas, y su roce no produce heridas....
Pero vivir de verdad...
Vivir de verdad, de golpe y porrazo, a diestro y siniestro, sin paracaidas o red al fondo del circo, sin casco ni rodilleras, sin vendas ni mercromina en el botiquín...eso no tiene precio, no tiene comparación. Y merece la pena.
Merece la pena correr el riesgo de caerte delante de mil espectadores, el de estrellarte contra el suelo a la velocidad del sonido, el de abrirte la cabeza (así caben más cosas), el de sentir rasguños, arañazos y raspones y no ver que sangran hasta que termina la carrera...
El riesgo es la prueba de fuego que demuestra la valentía de una persona. Es la pegatina roja del equipo de campamento, es la cruz colgada al cuello o la bandera atada a la cintura. Es esa pregunta que envías con los ojos cerrados por whatsapp, es esa sonrisa venida a más, es ese calor en febrero al acercarse a alguien, esa sensación de caida libre donde lo único que quieres es no llegar al suelo porque no quieres saber qué hay abajo (o qué no hay), porque no tiene importancia estando rodeado de aire, porque es incomparable.
Al llegar abajo sientes una pequeña decepción (del tamaño de Rusia más o menos) y te ves rodeado de nieve, hielo, frío, y nada más.
La gente ante esto suele empezar a andar en círculos, a buscar algo que elimine su miedo a estar ahí, solo, perdido, desorientado, hambriento y muerto de sueño. Otros en seguida tiran de manual y encienden fuego, se cobijan en cuevas y comen bayas. Da igual.
La estupidez humana seguirá impidiendo que pienses desde dónde te has tirado. Desde un avión ¿no?, mira hacia arriba y verás que descienden a por tí, ellos han conseguido que volases:
¿cómo pensar siquiera que son capaces de abandonarte?
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