Nadie consiguió arrancarme la verdad. Lo intentaron todo: Me ofrecieron recompensas títánicas y me torturaron salvajemente. Nada. Ni una palabra se coló entre mis gritos y gemidos. Lo probaron todo. Incluso trajeron del mismísimo infierno un demonio; una mujer que llevaba escrita la palabra Lujuria en sus labios, en sus ojos del color del trigo tostado, en sus interminables curvas; el aire la susurraba cada vez que se deslizaba entre sus dientes perfectos, sus pestañas la deletreaban con cada aleteo. Pero no sucumbí. No podía hacerme nada. Incluso el tacto carnoso de sus labios rozándome el cuello, incluso su promesa del paraíso si le contaba la verdad, eran grises y deslucidos para mí. Días y días tuve que mantener una férrea voluntad para no entregarme a ella, para no fundirme con su piel tostada y enredar mis dedos en su melena negra como las profundidades de los océanos. Hasta que un día, viendo que no conseguiría nada, se transformó en lo que realmente era, se mostró tal y como la crearon: Un súcubo; una bestia tan cruel como bella, con dos enormes alas de plumas carmesíes y los dientes afilados como agujas, con unos ojos donde ardía el fuego de los nueve infiernos. Me acorraló en la esquina del habitáculo que había sido mi prisión durante días, meses, años, que mas da, no llevaba la cuenta. Se irguió en toda su diabólica majestad y chasqueó un látigo larguísimo con espinas como de rosal que llevaba en la mano derecha, dispuesta a destruírme... Y en el momento en que alzaba el látigo y yo me disponía a cerrar los ojos a mi funesto destino, la negra hoja de una espada asomó en su pecho, y al retirarse, el demonio ardió en una violenta llamarada que rugió acompañando sus gritos de dolor.
Cuando el súcubo desapareció, pude ver a mi salvador. Si el demonio poseía una belleza cruel, casi ofensiva; el espadachín era todo lo contrario. Era bello. Bello de verdad. Era alto, y unos músculos definidos se adivinaban bajo el traje de combate que llevaba puesto. El cinturón de armas reposaba en perfecta armonía sobre la línea de su cadera, y un mechón de cabello rubio se metía en sus ojos.
Unos ojos verdes que me miraban fijamente.
•••••••CONTINUARÁ•••••••
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