viernes, 3 de marzo de 2017

03/03/2017 La curiosidad odiaba a los gatos.

Podría contar mil cosas esta noche. Podría mentiros y decir que mi vida ha sido monótona e insípida y que no merece la pena hacerle mención. Podría obviar detalles y omitir tropiezos.

Podría callarme y borrar este texto, por lo que pueda suponer. Pero no. Porque la curiosidad mató al gato y yo en parte soy gato muerto.

Podría contaros que estas últimas semanas he estado en el Olimpo, o en el cielo, en el Nirvana, o en todas partes a la vez. Podría contaros que pensaba que por fin había llegado el momento.

Me golpeó con tanta delicadeza que cuando descubrí la herida ya me había desangrado en su cama. Pero supo cuidarme, vivía para ello. Jamás me juzgó, ni torció el morro, ni me puso mala cara; incluso llegué a pensar que se encargaría de coserme las heridas que otros habían abierto en mi cuerpo. Me golpeó tan fuerte que pasé día tras día pensando que igual sí.

Todo iba como jamás había imaginado. Todo. Era perfecto. Es perfecto.

Y un día me abrió los ojos.

Al parecer sólo yo temblaba al pensarle, sólo yo me moría por prenderme fuego en su cama, o por abrazarle tan fuerte que mi cuerpo latía con su pulso. Era yo el que tenía miedo de que todo fuese demasiado bueno para ser verdad. Y como siempre, era yo el que tenía razón.

Que sepas que no te odio. De hecho ojalá pudiese hacerlo, pero eres perfecto. Por desgracia.

Ojalá hubiera sabido quererte, o al menos haber aprendido a comprenderte. Que sepas que lo intenté todo. Por eso es tan horrible.

Dormía pensándote a mi lado, y pasaba el día esperando la noche. Y bueno, decidiste que mejor no.

Podría contar mil cosas esta noche, pero mejor no, que la curiosidad mató al gato.

Me tienes, que lo sepas. 💛

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