domingo, 19 de marzo de 2017

18/03/2017 El ser humano nunca cambia

   Tengo pruebas fehacientes de que el ser humano nunca cambia, por mucho que nos parezca lo contrario. No. Miradme a mí si no, sigo siendo igual de tonto. Igual de necio.

   volví a caer, para qué negarlo. Volví a ilusionarme y a pensar que era un "sí" de una vez por todas. Que por fin tantos golpes iban a ser recompensados, que me lo merecía.

   Me perdí irremediablemente mirando las curvas de su cuerpo al contraluz del flexo de la cabecera de su cama. Me hundía en el sonido de su respiración, aún cuando él se pensaba que yo ya estaba dormido. Me temblaba cada fibra de mi ser al despertarme con sus ojos (qué ojos) mirándome entrecerrados porque la persiana estaba subida. Recuerdo el olor del café recién hecho, y el cigarro en el balcón mientras llovía. Y las promesas que salían indiscriminadamente de unos y otros labios, como si nos sobrase munición.

   Recuerdo el primer día, cómo intentaba engañarme para que me desnudase, y a la vez cómo se engañaba para no quererlo. Cómo me obligaba a descubrir nuevos sabores, que sólo me gustaban allí. Recuerdo su gimoteo dormido, y cómo se acurrucaba encajando en mi espalda. Y cómo entrelazaba sus piernas con las mías, como evitando que me pudiera escapar de su cama, aunque sabía que me tenía esposado muy fuerte.

   Sigo oliendo su colonia, y sigo sintiendo la suavidad de sus labios por las noches, por mucho que haya rezado para olvidarme de todo eso. Sigo temiendo encontrárme con él por la calle, y que ya no me reconozca, o que ya no quiera reconocerme. Y aún así todos los días miro a su puerta cuando paso por su calle.

   Sigo engañándome y diciéndome que seguramente tuviera razón. Que esto no iba a ninguna parte y que así no se podía estar. Pero yo sí. De hecho lo daría todo por volver dos meses atrás. Dos meses, y volver a dejarme la mochila en el piso de arriba de ese bar, y dejarme robar ese beso que no podía hacerse esperar, y volver a escucharle, susurrándome que él no decía "te quiero", pero que me quería.

   Por desgracia ésta no será la última vez que escriba sobre esto aquí. Porque soy un animal de costumbres; porque el ser humano no cambia.




martes, 7 de marzo de 2017

Íncubo #2 07/03/2017

El muchacho -no aparentaba más de veinte años- me tendió su mano mientras envainaba su arma. La agarré y a pesar de su suave apariencia, noté la dureza de su piel; manos que contaban historias de interminables batallas y duros entrenamientos. Manos curtidas con fuego y espada. Manos de guerrero.

Me levantó como si fuese una pluma, y me arrastró fuera de mi celda, recorriendo a toda velocidad un eterno laberinto de túneles iluminados con antorchas.

En cada giro, se detenía y me soltaba, se asomaba sigilosamente y volvía a tomar mi mano para continuar. Fue en uno de esos momentos cuando me fije en la fina y rosada cicatriz que le cruzaba el ojo derecho, en el que se reflejaba la luz del fuego de las paredes; una cicatriz que no hacía más que resaltar la línea de su mandíbula, y otorgarle un aspecto fiero y pensativo.

Tras lo que me parecieron horas llegamos a una especie de balconada por la que penetraba el brillo de un sol que me hería los ojos, como reprochándome que lo hubiese abandonado, y al mirar hacia abajo me descubrí en la pared escarpada y vertical de un cañón por cuyo lejano fondo discurría un enorme río.

Le pregunté, angustiado, que cómo pensaba salir de ahí, y, sin pronunciar una sola palabra me levantó en volandas y saltó al otro lado de la baranda de piedra. Yo gritaba, no por miedo (pues tras lo vivido en el interior de la montaña nada podría hacerme gritar), sino por la sensación, tan desconocida ya, de libertad. No pensaba en la muerte que nos aguardaba al fondo del barranco, ni si quiera recordaba que alguien me llevaba en brazos.

Hasta que a mi rescatador le crecieron dos enormes alas de plumas negras que batieron el aire y nos elevó por encima de la pared opuesta. Fue en ese mismo instante, justo antes de que la oscuridad de la inconsciencia me abrazara como tantas veces había hecho este tiempo atrás, cuando una voz, su voz, dura y suave como las piedras que el agua del río mantenía en su lecho, pronunció las primeras palabras que había oído desde hacía demasiado.

"Mi nombre es Kyro".

•••••••CONTINUARÁ••••••••

viernes, 3 de marzo de 2017

03/03/2017 La curiosidad odiaba a los gatos.

Podría contar mil cosas esta noche. Podría mentiros y decir que mi vida ha sido monótona e insípida y que no merece la pena hacerle mención. Podría obviar detalles y omitir tropiezos.

Podría callarme y borrar este texto, por lo que pueda suponer. Pero no. Porque la curiosidad mató al gato y yo en parte soy gato muerto.

Podría contaros que estas últimas semanas he estado en el Olimpo, o en el cielo, en el Nirvana, o en todas partes a la vez. Podría contaros que pensaba que por fin había llegado el momento.

Me golpeó con tanta delicadeza que cuando descubrí la herida ya me había desangrado en su cama. Pero supo cuidarme, vivía para ello. Jamás me juzgó, ni torció el morro, ni me puso mala cara; incluso llegué a pensar que se encargaría de coserme las heridas que otros habían abierto en mi cuerpo. Me golpeó tan fuerte que pasé día tras día pensando que igual sí.

Todo iba como jamás había imaginado. Todo. Era perfecto. Es perfecto.

Y un día me abrió los ojos.

Al parecer sólo yo temblaba al pensarle, sólo yo me moría por prenderme fuego en su cama, o por abrazarle tan fuerte que mi cuerpo latía con su pulso. Era yo el que tenía miedo de que todo fuese demasiado bueno para ser verdad. Y como siempre, era yo el que tenía razón.

Que sepas que no te odio. De hecho ojalá pudiese hacerlo, pero eres perfecto. Por desgracia.

Ojalá hubiera sabido quererte, o al menos haber aprendido a comprenderte. Que sepas que lo intenté todo. Por eso es tan horrible.

Dormía pensándote a mi lado, y pasaba el día esperando la noche. Y bueno, decidiste que mejor no.

Podría contar mil cosas esta noche, pero mejor no, que la curiosidad mató al gato.

Me tienes, que lo sepas. 💛