domingo, 9 de febrero de 2020

09/02/2020 T.A.G.

Es una puta nube que me sigue a todas partes
un nudo en el estómago que me rompe las mariposas por la mitad
y me congela los dedos de las manos:
incluso en agosto,
incluso en Madrid.

Es sentirme encadenado a que nadie se encadene,
de ser el tonto que se ata a sí mismo
y que lanza la cerilla para encender su propia pira. 
Que a la hora del fuego, grita,
pero sin voz. 

Es como llevar un saco a cuestas 
sin saber lo que hay dentro
y sin tener claro si sería mejor saberlo.
Cargar con él
hacia ninguna parte, 
desde ninguna parte. 

Es pensar en espiral, 
en bucle,
en nada,
en todo. 

Es no entender qué hago aquí, 
ni siquiera saber qué es "aquí",
ni siquiera saber. 
Y querer saberlo todo aunque duela, 
a sabiendas,
a bocajarro.

Es tragar saliva y apretar los puños
para dejar de temblar,
aunque no haga frío,
aunque me hiele por dentro.

Es buscar un abrazo sin apellidos,
un pensamiento dedicado,
una sonrisa manuscrita,
exclusiva,
única,
para mí.

Es quemarse en la distancia y dar vueltas en la cama,
es no pegar ojo, 
no dejar la mente en blanco cuando debería, 
para no verlo todo tan negro.

Es miedo,
rabia,
furia,
ira,
impotencia,
tristeza,
pánico a la vida,
a toda ella,
más que a la mismísima muerte.

Es hacer castillos en el aire
(como todos)
y ver que el viento solo tira los míos.
Es amar a corazón abierto 
y que ya ni con puntos de sutura.

Es sangrar día a día
y curarse con canciones estúpidas,
con libros y películas
con alcohol y cigarrillos de liar.

Es buscar en un espejo,
con la estúpida esperanza de ver un reflejo
que no sea el mío.

Es pasar la vida en vela
y desvelado.

Es liarse a puñetazos con las voces de mi mente
y escuchar cien mil consejos que ni puedo
(ni quiero)
seguir.

Es sudar bajo la colcha de la cama
y decir
y maldecir
a esos miedos que me dan escalofríos.

Es tirarse al fondo del pozo 
sin decírselo a nadie
y esperar a que alguien vaya a buscar agua
y me encuentre allí.
Vivo o muerto.
Pero allí.

Es clamar auxilio
y rezar porque nadie me haya oído.
Aguantar los golpes
agrietándome por dentro
pero siempre por favor y gracias.

Es partirme cada vez en trocitos más pequeños,
porque cada vez queda menos,
y cada día doy más.

Es desquiciarme por nada,
por quererlo todo,
por no buscar por si me encuentro,
por encontrarme un día buscando nada.

Es tirar de poesía fácil y miradas,
de juegos de cuellos y labios,
de sábanas anudadas y mesillas de noche rotas.
De lunas nuevas y llenas
que ocupen algo más oscuro que su cara oculta.

Es hacerse una armadura de vendajes,
de noches en blanco,
días grises
y futuros negros.

Es querer ser hoy,
ayer
y mañana,
y ni siquiera esperar llegar al fin de semana.

Es vivir en un domingo constante,
con la amenaza del lunes
y el recuerdo del sábado.

Es beber café sin azúcar
y después lamerse las heridas.
Fumar para que ardan los pulmones
y así entrenarse para el infierno.

Es mirar al cielo con los ojos cerrados,
los brazos abiertos
y la cabeza a rebosar,

pero con el corazón vacío.



















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